Fashion Art, La exposición




La pasada semana, asistí a la exposición itinerante “Fashion Art” (desde el 2002), que se celebra estos días y hasta el 3 de febrero, en el Casino de la Exposición de Sevilla, (que de vez en cuando también hay muestras de este tipo en aquí). El organizador: Manuel Fernández.

En alianza con pintores españoles, Manuel Fernández lleva a cabo una propuesta donde la moda y el arte deben unirse en un mismo trozo de tela y digo deben, porque este ultimo juicio debe hacerlo el espectador, es decir, si ambos conceptos conjugan con armonía o no, por aquí la última palabra la tenemos nosotros.


 
Manuel, ha creado una colección de trajes lienzo que cumplen la función de  soporte tridimensional, trajes que son diferentes para cada uno de los artistas integrantes del proyecto, los cuales plasman en este trozo de tela su estilo y técnica personal.


Bueno, esta intención del proyecto queda clara, el problema es que  para mí el resultado no tanto. Los “soportes-vestidos” no aportan nada realmente admirable desde el punto de vista del diseño o la confección de moda, son bastante básicos (exceptuando un par de ellos algo más trabajados), de modo que por el momento ya podríamos cambiar el título por “Clothes Art”. Entiendo perfectamente que el objetivo del proyecto no era crear prendas de Alta Costura, pero si queremos vender que en una exposición existe MODA debemos mostrarla de algún modo, quizás hubiera sido más acertado haber dejado el diseño y confección de los vestidos a manos expertas como diseñadores, haciendo un trabajo conjunto entre “costureros y pintores”.

 
Dejando ahora a un lado mi lado fashion y apelando a mi otro lado, el museográfico, no veo que un artista del calibre de Luís Gordillo (que me apasiona), deje ver en su vestido, pero ni mínimamente, una muestra de su arte, de estilo, de su ímpetu, del mismo modo que sucede con Chillida.


Bajo mi punto de vista, personal y subjetivo, no es que no me haya gustado, hay intenciones espectaculares y de gran potencia, pero pienso que el objetivo de esta muestra, la adaptación entre el diseño de moda y otra plástica, no se cumple. Aun así recomiendo que os acerquéis y opinéis vosotros mismos.


El Ocaso más glamuroso


Por fin estoy de vuelta y en vísperas de navidad a mí solo me apetece contar historias, historias de esas que acaban con una frase como:  “con lo que ha sido y para lo que ha quedado…”.

Pues bien, Erase una vez….  Una pequeña niña morena norteamericana, para la que su madre tenía un plan de ilimitada ambición: llegar a La Casa Blanca o en su defecto conseguir un sustancioso matrimonio.

Esta pequeña morenita de ojos pasmados y feas manos (por eso siempre usaba guantes), llamada Jacqueline Bouvier, luego Jacqueline Kennedy y más tarde aún Jacqueline Onassis, aparte de heredar la ambición de su madre y tener la suerte de que entre varios diseñadores europeos y Oleg Cassini, crearon un estilo innovador  y específico para ella, un estilo que marcaría tendencia y sería reconocible con el paso de los años, pues aparte de todo esto, tenía una prima, si si, una prima hermana, como las vuestras y las mías, pero  mis primas no tienen una historia tan suculenta como esta.


La prima en cuestión es Edith Bouvier Beale, socialité estadounidense  nacida en Nueva York sobre 1917, tuvo una educación privilegiada y dorada  juventud. Trabajó como modelo y artista de cabaret . Su “baile de debutante” fue en el Hotel Pierre, acto recogido por el New York Times, donde lució un vestido blanco con apliques en plata y una corona de gardenias en el pelo, acaparando todas las miradas y estableciéndose como la chica de moda de la época, cosa que nunca logró su prima Jackie.

Años más tarde Edith, afirmaba que el mismísimo John F. Kennedy , comentó a su padre Joe Kennedy,  que de haber conocido a Edith antes, habría sido ella la primera dama.



Desde 1947 hasta 1952, vivió en el Hotel Barbizon (solo para señoritas y que ella amuebló con valiosas antigüedades de su madre) , con la esperanza de encontrar la fama y un marido, eso sí, sólo estaba interesada en los hombres cuyo signo del zodiaco fuera Sagitario. Pero ni una cosa ni la otra llegaron a su vida, de modo que regresó con su madre a los Hampton. No mantenían la relación perfecta, pero no tenía mejor sitio donde ir, ni medios para subsistir.
 

 
La historia se fue complicando; madre e hija vivían aisladas del resto del mundo, comenzaron a rozar la pobreza y la suciedad y basura inundaban la casa, tanto, que fueron desalojadas por las autoridades sanitarias hasta que la casa estuviera limpia. Entonces, la primísima, Jacqueline Kennedy Onassis, acudió en su auxilio y  pagó los  32.000 dólares de la limpieza (sacaron unas 1000 bolsas de basura). La historia se convirtió en un escándalo nacional. Tal fue el interés causado que se llegó a rodar un documental que dejaba al descubierto su vida cotidiana, (con canticos y bailes incluidos por parte de ambas).


 


Lo más “inquietante” por llamarlo de alguna forma, es que a pesar  de vivir entre basura, por el día madre e hija pasean por la casa y alrededores con los más glamurosos estilismos, propios más bien de una actriz de la época dorada de Hollywood; visones, vestidos de firma, turbantes de seda, joyas de Tiffany… 

 
Este fenómeno tan contradictorio ha sido y continúa siendo motivo de inspiración para creadores como Marc Jacobs con su bolso Little Edie,  en grandes colecciones y multitud de editoriales de moda.



Después de la muerte de la madre en febrero de 1977, Edith intentó reiniciar su carrera de cabaret a los 60 años (muy lógico esto), como era de esperar las malas críticas se comieron su último intento. Tras hacer un pequeño tour por diversas ciudades como New York, Miami, Montreal, Edith se instaló humildemente en Florida, donde permaneció recluida escribiendo poesía y devolviendo correspondencia a sus amigos y fans hasta su muerte a los 84 años.

 

Adiós al Rey Bordador




El pasado 1 de diciembre, moría en Versalles un maestro del arte de bordar, François Lesage. Creo haberlo nombrado en numerosas ocasiones haciendo referencia al acabo de extraordinario de prendas de alta costura. De hecho, siempre que vayáis a un buen museo de moda aparecerá su nombre.

François, nació en 1929 en Chaville en Seine-et-Oise (hoy en Hauts-de-Seine), poco después de otro nacimiento, el de  “La casa Lesage” en 1924, cuando Albert Lesage (su padre) compró el taller de bordado Michonet y se convirtieron en proveedores de Vionnet o Elsa Schiaparelli.

 
Con 19 años se trasladó a Sunset Boulevard, con intención de vender bordados a las actrices de Hollywood. La muerte de su padre un año más tarde, le obligó a regresar a casa y asumir la dirección del negocio familiar con 25 años. Un nuevo puesto que asumió deseoso de transmitir sus conocimientos y consciente de que "un país que pierde su oficio es un país moribundo", lugar que este infatigable octogenario ocupó hasta sus últimos días, para alegría de los creadores de la alta costura.



 
Los años siguientes transcurrieron entre las más celebres casas de alta costura; como Chanel, Yves Saint Laurent, Dior, Balenciaga, Givenchy, Christian Lacroix y Balmain, todos ellos clientes suyos durante décadas hasta hoy día. 


De todos es sabido que la alta costura la componen las grandes firmas, pero también los talentos y competencias desarrollados con paciencia y esmero en pequeñas empresas especializadas. Por ello, en 2002, Chanel adquirió el taller Lesage. Esta compra permitió que el bordado se desarrollara conservando su independencia.

 
 
  
Lesage, multiplica los colores en los bordados y relieves, combinaba materiales inesperados, no se limita de ninguna manera, se expresaba con las herramientas más simples, los ojos y las manos. Con Lesage no existía el temor a experimentar.


Para asegurar el auge comercial de su empresa, el maestro del bordado supo conjugar el prêt-à-porter de lujo con la alta costura.

 El bordado acompaña al hombre ya hace casi 3000 años, con la única intención de embellecer su entorno. Para cada traje son necesarias cientos de horas de trabajo y esta maestría irremplazable reside en los dedos mágicos de unos pocos elegidos.

Haciendo gala de su generosidad, en 1992 abrió una escuela de arte del bordado en París, transmitiendo el amor por el oficio a estudiantes del mundo entero.



Colaboración Louboutin- Lesage

 
La historia de este taller podría resumirse en una cifra: 60 toneladas de perlas, hilos o plumas atesorados entre sus paredes, formando una herencia de casi un siglo de excelencia en el ámbito del bordado artístico.

El extremo conocimiento de su arte, la pasión y el amor por las cosas bien hechas, son la combinación que permitirá al equipo de Jean-François Lesage seguir con su obra más allá de su muerte.